Los pesimistas, a menudo, se comportan con esa osadía que sólo da el acertar siempre. Por eso, anoche, a eso de las ocho menos cuarto, andaban un poco revolucionados ante el inminente tropiezo del Mérida, que empataba a cero en la prolongación y tenía toda la intención de dilatar su racha de partidos sin ganar a cinco. Error. Cualquiera que haya visto los partidos de Milojevic desde que llegó el serbio a mitad de abril sabe de sobra que hasta el pitido final todo es posible. Y, en este caso, no es una frase hecha: todo es todo. Así es que en el minuto 93, Javi Selvas y Marco Ortega, excelentes centrales del Águilas, se despistaron y dejaron de marcar a Ismael en la zona de tres cuartos. Y cuando al madrileño le da por engancharla ahí a poco del final, el Romano lo celebra como si de un penalti se tratase. Encendido, Ismael salió revolucionado hacia las inmediaciones del cancerbero aguileño. Antes de encararle tuvo que sortear y recortar a los dos centrales que habían corregido acertadamente su posición, y tras regatear a José Juan, cayó en picado reclamando penalti. Él solo, porque nadie más lo protestó ¿Y por qué? Pues porque por la izquierda aparecía Sabino, dispuesto a recoger el balón suelto e inyectarle éxtasis al Romano. Se confirma, por tanto, que pagar por el talento, al final, siempre rinde dividendos. También se confirma que existen teorías que, afortunadamente, se contradicen. Teorías que se pisan una a la otra y nadie es capaz de atinar con la verdadera porque las dos esconden la misma proporción de verdad. Para los descreídos, el Romano asistió ayer perplejo a dos de ellas, in situ. La primera: dicen algunos que la coincidencia no existe, que sólo existe la ilusión de las coincidencias. Ya saben: no hay casualidades sino destinos. Otros, en cambio, escriben que todo es casual y que no hay que buscarle los porqués a las situaciones. Elijan ustedes la adecuada, pero el Mérida despachó ayer al Águilas tal y como lo hizo el año pasado, cuando Luciano encendió el delirio tras enganchar una volea en el ultimo suspiro. La segunda: dice el tópico que el fútbol acaba por colocarte en tu sitio, que te da lo mismo que te quita, que es justo y tal. Otro tópico difunde exactamente lo contrario: que en este deporte, como en la vida, la justicia no existe. El Águilas optará por la segunda, pero la primera se escenificó anoche en el éxtasis de Sabino. Nunca un futbolista se lo había merecido tanto como el santeño ayer. Perdón, como el santeño en estas primeras ocho jornadas de Liga. Es el alma del equipo, la calidad, la cabeza pensante, el capitán... pero también el orgullo, el coraje, la lucha, la humildad. Tras pasar por todas estas etapas en los noventa minutos de ayer, la gloria le llegó al final, cuando el fútbol decidió hacerle justicia a él y quitársela al Águilas.Valiente ÁguilasPorque el conjunto de Tino Luis Cabrera llegó al Romano y salió a ganar. Todos los equipos salen a ganar sobre el papel, lo importante es demostrarlo sobre el escenario. Y el Águilas sí salió a ganar, en serio. Lo demostró llevando en muchas fases del encuentro el peso del dominio, acercándose cada vez que le venía en gana al área emeritense, creando ocasiones algunas normales y otras muy claras... pero el olfato se lo quedó en Murcia. O en el curso pasado, porque no andan muy finos en el gol los aguileños en este inicio de campeonato. Como el Mérida, vamos.Por eso ambos empataron en ocasiones claras. Por el Mérida perdonaron Ismael, en dos ocasiones, y Gaspar, que lanzó al larguero en el 63' previo roce del balón en un zaguero contrario y en las manoplas del portero. Por el Águilas perdonaron Teo, al que Jesule le sacó un cabezazo en línea de gol al borde del descanso, y David Franch, que no acertó con la rosca dentro del área pequeña y sin marcaje en el 59'.Pero todo se redujo a la conexión final de Ismael y Sabino. El primero tenía que ser importante, como ayer lo fue; y el segundo vital. Ambos consiguieron que la solidez y la perfección de la zaga y la expulsión de Fran Miranda por doble amarilla en un minuto quedaran en segundo plano, porque el Romano se rindió a Sabino.
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